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En un libro mamotrético, el sociólogo español Manuel Castells desmenuza la irrupción de la Internet en el mundo, particularmente como una megared que, por antonomasia, es un medio de comunicación. El libro se llama “Comunicación y Poder”, y analiza la globalización, los Estados-Naciones dentro de un mundo globalizado, el concepto de la “red” como nodos interconectados, etc.
Es interesante como Castells toma conceptos de la informática y la telemática (“redes”, “programación“ o “nodos”), y los pone al servicio de la sociología. No es nuevo, el concepto “revolución” (que viene del latín “revolutio”), fue usando en la astronomía, y daba cuenta de cómo se movían los cuerpos celestes en el universo. En el siglo 16, Copérnico, con sus “De revolutionibus orbium coelestium”, describía el movimiento del Sol o la Luna. Las ciencias sociales, después, lo han utilizado insistentemente para describir la revolución Francesa, la Americana, la Rusa, la Cubana, etc.
Ahora, Castells aplica conceptos técnicos para describir lo que está ocurriendo en el mundo, y nos advierte que “las redes son estructuras comunicativas”. Analiza, además, el cambio tecnológico con la irrupción de las tecnologías de la información, el que nos está llevando al paradigma de la “sociedad-red”, una “sociedad global. Ello no significa, sin embargo, que las personas de todo el mundo participen en las redes. De hecho, por ahora, la mayoría no lo hace. Pero todo el mundo se ve afectado por los procesos que tienen lugar en las redes globales de esta estructura social”.
Vivimos dentro de una sociedad donde pertenecemos a redes de distinto tipo: familiar, educativa, de amigos, laboral, deportiva, cultural, artística o digital. Pero hay organizadas unas que son poderosas e influyentes: redes globales como los “mercados financieros; la producción, gestión y distribución transnacional de bienes y servicios; el trabajo muy cualificado; la ciencia y la tecnología, incluida la educación universitaria”…los medios de comunicación, la Internet.
Las redes son dinámicas y existen personas, no máquinas, quienes estratégicamente las “programan”. Tienen como objetivo de captar una audiencia, ojala a escala mundial, a quienes venderles productos y servicios. Castells detalla la estrategia de magnates de las comunicaciones, quienes tienen el “el poder de conexión, que es la capacidad para conectar dos o más redes diferentes”, las que son grandes empresas de gran cobertura. Los llama metaprogramadores de redes, capaces de tejerlas en el mundo financiero, político, cultural o de los medios de comunicación ¿Alguien conocido?
Yendo a un caso específico, que fueron los chats privados captados por una agencia a un parlamentario en la sala de la Cámara, sin entrar al debate de lo inapropiado (que lo fue) de su difusión, lo que vemos en este caso es la instantaneidad de la información en dos tipos de redes: 1) la red digital: comienza en un punto y termina en millones de computadores, circulando por distintos nodos: medios electrónicos, Facebook, twitter, etc, y eso en minutos. 2) las redes políticas y de organización de intereses, quienes reaccionaron por la difusión en la primera red.
Si en instantes la información circuló por distintos nodos, llegando a distintas redes, cabe la pregunta sobre la privacidad, por el resguardo de aquello que quiero que nadie conozca. Soy de la tesis que la “sociedad-red” de Castells rompe con la inocencia de la privacidad. Las apasionadas y amarillas cartas que leyera Anais Nin, y que escribiera un encendido Henry Miller, hoy podrían ser catapultadas en instantes a las redes digitales. Eso, -que era impensable por estos viejos amantes-, hoy no lo es. La ruptura de la inocencia de la privacidad nos debe poner más alertas. La sociedad humana tiene que regular las actividades de su propia creación, particularmente por lo potente e instantánea que es la comunicación. Una de las respuestas está en la misma Cámara de Diputados, el proyecto que modifica la Ley de protección de datos personales. Pero ahí duerme.