Corren malos tiempos para los
políticos. Los temas del financiamiento político y la relación con las empresas han abierto un expediente complejo en la reputación del político. Si alguna vez fue una actividad noble, hoy en la percepción de mucha
gente ser político es un descrédito. Dichos populares, chistes o el humor, transmitido a través
de los medios de comunicación, mancha aún más la dignidad de los políticos a veces de forma insultante.
La política, según Ferrater Mora,
se trata de la actividad de quienes intervienen en las decisiones sobre las
formas como se ejerce el poder, los planes gubernamentales y las condiciones en
que se ejerce la libertad y la justicia. Es decir, son las personas a quienes
el pueblo entrega poder, -a través del voto-, para que generen las leyes y
ejerzan la autoridad.
Las instituciones que cobijan al político no se salvan. No solamente
por el crecimiento de la desaprobación de la imagen de la Presidenta Michelle
Bachelet, cercana al 52%. Hay
mala percepción del parlamento chileno: uno de cada 7 personas desaprueba la
labor de la Cámara de Diputados. La imagen del Senado no es mejor. A eso hay
que sumar que la oposición al Gobierno
(la Alianza) ha llegado a un mínimo histórico de aprobación (11%), en febrero del
2015 según Adimark, y la evaluación de la “Nueva Mayoría”está en un 34% solamente.
¿Esto es sólo en Chile? No. El
descrédito del político es una cuestión que está presente en muchos países, y
no sólo los que están en vías de desarrollo, sino en donde la gente goza
de mejor bienestar. Hay voces que distintas partes que están
advirtiendo que la mala fama de los políticos deteriorará a las instituciones.
¿Esto es un fenómeno actual? Tampoco.
Es decir, estamos frente a un problema extendido en el mundo y también
histórico.
Creo en la tesis que George Sabine expuso sobre J.J. Rousseau: que el
filósofo de Ginebra “proyectaba las contradicciones y desajustes de su propia
naturaleza sobre la sociedad”. Tengo la convicción que la mala percepción del
político tiene dos razones:
(a) Luces
y sombras: El político representa las luces y sombras que encontramos en nuestra
sociedad, pero a ellos, obviamente, le exigimos más. Representan los habitantes que hay en el abanico geográfico y social de un país; pero son personas de carne y hueso, con sus grandezas y debilidades, pero
expuestas a un escrutinio muy riguroso.
(b) Political
cloud: El político tiende a auto generarse un sentimiento de pertenecía a un
club cerrado, porque le costó llegar y considera necesario defender su
membresía a toda costa. Y esto ha ido generando un gueto, un grupo separado de la soceidad no
por lazos étnicos o religiosos, sino de hábitos compartidos y que
poca gente entiende, creando un fenómeno que podríamos denominar “political cloud”
o políticos en la nube.
Desde tiempo filósofos e historiadores han
reflexionado sobre los problemas que tiene la democracia: “somos demócratas no porque la mayoría siempre tenga la razón, sino
porque las tradiciones democráticas son las menos malas que conocemos”
escribió Karl Popper.
Luego, el desafío es doble: entender mejor la labor que
realizan, pero, sobre todo, el político debe bajar de la nube y aterrizar en
cómo está siendo percibida su labor. Y no es fácil, pero como dijo Einstein, “Si buscas resultados
distintos, no hagas siempre lo mismo”.