Mentir, decir algo con el propósito que otros crean algo que no es, ocurre más veces de lo que creemos. Y no es que uno esté libre de culpa. Este no es un artículo de moral. Lo que ocurre es que mentir tiene muchas significaciones. Hay mentiras para abiertamente engañar a otros. Hay otras “mentiras” con adjetivos, como la mentira piadosa. Por ejemplo no relevar totalmente a un niño el grado de enfermedad que tiene su madre o padre o un hermano. O la mentira noble, aquella que duele más al que miente que al receptor del engaño. Sin embargo, para algunos estas no existen, y son todas, al fin y al cabo,"mentiras".
Otra mentira es aquella del auto engaño, la que no nos hace libre, la que nos mantiene esposados viendo espectros de una verdad que no es tal. Lo que hacemos y lo que somos (algo que va realmente unido), depende de nuestras acciones, de nuestras evaluaciones. Pero en ocasiones no vemos con claridad las cosas, y al igual que el que está atado a un palo y dentro de la caverna de Platón, creemos que ese micro mundo de apariencias es la realidad misma.
Pero hay una mentira utilizada como medio que termina siendo una práctica, y lamentablemente termina como algo de la esencia. Hay medios de comunicación que mienten abiertamente. O no tienen problema en hacerlo. Y creo que saben que mienten. Y lo hacen con un propósito; un objetivo para ellos de mayor valor que el mentir. Mentir es la moneda de cambio para mayores ventas o visitas. Todo vale con tal que la espuma suba.
Esa acción en algunos casos es sistemática, y creo se está convirtiendo en el germen de su propia destrucción. Porque al final tanta mentira se sale por las calles, inunda las conversaciones, trata de contaminar las ideas de las personas, pero termina como el relleno pútrido de una acequia pestilente que se reconoce a kiómetros. Creo que, al final, que esto como una estrategia es una “mala estrategia”